
SILENCIO E INDIFERENCIA SIMBOLOS DE AGRESION

SILENCIO E INDIFERENCIA GENERADORES DE VIOLENCIA


viernes, 12 de febrero de 2010
FAMILIA Y REINO DE DIOS
Ciertamente muchas familias creen en Jesús y quieren honradamente seguirlo, colaborando para construir el Reino de su Padre Dios. Intentamos en este capítulo esclarecer la relación existente entre la construcción del Reino y la familia. Una verdadera Familia" es la que... hace todo lo contrario de lo que hace ese tipo de familia que sólo piensa en su propio interés, sin preocuparse por los sufrimientos de los otros: la aspiración suprema de ésta es no complicarse la vida, pues su horizonte es vivir lo mejor que se pueda, sin importar cómo. A Jesús, su familia nunca le encerró en sí mismo. Es más, la conciencia de su misión le impulsó a dejar su propia casa. Y a partir de entonces viaja casi continuamente, sin establecerse en ninguno de los sitios a los que llega. "Este Hombre no tiene ni dónde descansar la cabeza" (Mt 8,20). En Cafarnaún la gente le insistía "para que no se fuera de su pueblo. Pero él les dijo: Debo anunciar también en otras ciudades la Buena Nueva del Reino de Dios, porque para eso fui enviado" (Lc 4,42-43). Cuando Jesús llama a sus apóstoles, éstos dejan su oficio y su familia para seguirle (Mc 2,14). "Todo el que deja su casa, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o propiedades por amor de mi nombre recibirá cien veces lo que dejó y tendrá por herencia la vida eterna" (Mt 19,29). No todos están llamados a dejar la propia familia, pero sí lo están a mantenerse abiertos a los problemas de los demás. Jesús nos enseña que no debemos limitar nuestras preocupaciones al pequeño mundo de la familia. Debe haber tiempo para oír la Palabra de Dios, para formarse mejor, para comunicarse con los demás, para luchar por que el Reino de Dios se haga presente. Esta es la lección que Jesús dio a Marta cuando ésta presentó su reclamo porque María estaba sentada escuchándolo: "Señor, ¿no se te da nada que mi hermana me deje sola para atender? Dile que me ayude. Pero el Señor le respondió: Marta, Marta, tú te inquietas y te preocupas por muchas cosas, sin embargo, pocas son necesarias, o más bien una sola cosa es necesaria. María escogió la parte mejor, que no le será quitada" (Lc 11,40-42). La verdadera familia cristiana enseña a vivir en profundidad el amor mutuo, pero rompiendo los muros en que instintivamente tiende a encerrarse ese amor. Será tanto más cristiana la familia cuanto más vaya dejando de ser exclusiva, cuanto más vaya queriendo como verdaderos hermanos a los que no lo son. A los prójimos hay que hacerlos cada vez más próximos; mirándolos a ellos hay que ver a Jesús. La dedicación de Jesús al Reino de Dios no quiere decir que descuidó los deberes para con su madre. Tenemos un indicio claro de que Jesús se preocupó de la situación de ella cuando en la cruz, poco antes de morir, "al ver a su madre y junto a ella a su discípulo más querido, dijo a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo" (Jn 19,26). El hecho de que se insista en el servicio de la familia a la comunidad no quiere decir que la comunidad sea una alternativa a la familia. Porque la familia desempeña funciones y tareas que no pueden ser desempeñadas por ningún otro grupo humano. Los cuidados y atenciones que recibe el niño, primero de la madre, y más tarde también del padre, no pueden ser sustituidos por nadie. La comunidad es un principio de enriquecimiento humano para la familia. Porque la comunidad de fe se construye sobre la base de la libertad y la igualdad entre todos, con una indispensable dosis de confianza y transparencia. Y cuando la familia se abre a la experiencia comunitaria, compartida con otras personas, entonces, lógicamente, las relaciones humanas se hacen más sanas y más limpias en el grupo familiar. Hemos visto que el Evangelio y la familia no siempre coinciden . Y no sólo no coinciden, sino que, incluso, son dos realidades que corren el peligro de enfrentarse. En cierta ocasión "estaba Jesús hablando a la gente, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera, tratando de hablar con él. Uno se lo avisó: Oye, tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren hablar contigo. Pero Jesús contestó al que le avisaba: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y señalando con la mano a sus discípulos, dijo: aquí están mi madre y mis hermanos. Porque el que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es hermano mío y hermana y madre" (Mt 12,46-50). Una cosa resulta clara en este pasaje, a primera vista un tanto extraño: Jesús se siente más vinculado a su comunidad de discípulos que a su familia humana: antepone la comunidad a la familia. Es que Jesús viene a establecer un nuevo orden de relaciones humanas, basadas precisamente en que Dios es el Padre de todos y, por consiguiente, todos los hombres somos hermanos. De esta manera, la familia pasa a segundo término en las intenciones y preocupaciones de Jesús. El centro es la relación con Dios como Padre y la relación con todos los hombres como hermanos. Así se comprende la significación tan honda que tienen aquellas palabras que puso Juan en el prólogo de su Evangelio: (La Palabra) vino a su casa, pero los suyos no la acogieron. En cambio, a cuantos la recibieron, los hizo capaces de hacerse hijos de Dios; son los que mantienen la adhesión a su persona. Y éstos no nacieron de una sangre cualquiera, ni por designio de una carne cualquiera, ni por designio de un varón cualquiera, sino que nacieron de Dios" (Jn 1,11-13). No es ya la familia, ni el parentesco humano, lo que cuenta en el proyecto de Jesús, sino la nueva gran familia de los "que mantienen la adhesión a su persona", con lo que son "capaces de hacerse hijos de Dios". Jesús exige a sus seguidores una libertad total con relación a su propia familia. De la misma manera con que Jesús exige a los discípulos vivir libres con relación al dinero, al poder y al prestigio, igualmente exige también a sus seguidores una libertad real con relación a todo lo que crea dependencias y ataduras basadas en los lazos humanos que brotan del afecto familiar. Por eso, Jesús no acepta ni la despedida de los parientes, ni aun siquiera el entierro del propio padre (Lc 9, 59-62). Por eso también, Jesús no reconoce más familia que la comunidad de sus seguidores y ni siquiera acepta los elogios que se hacen a su madre (Mt 12, 46-50). La libertad para trabajar por el Reino lleva consigo, inevitablemente, enfrentamientos, conflictos, odios y rencores, que a veces pueden llegar a causar la misma muerte. Por eso Jesús habla de la división y las espadas que él ha venido a introducir en el seno de la familia (Mt 10, 34-37). Jesús anuncia el odio que va a nacer entre padres e hijos (Lc 14,26; 21, 16-18). Y les dice a los suyos que todo el mundo les va a odiar por causa de él. Por consiguiente, está claro que el Evangelio no presenta la unidad familiar como un valor supremo. Hay algo que está por encima del amor entre padres e hijos y hermanos de la misma sangre. Estos conflictos, odios y rencores tienen su explicación en una cosa: el que quiera seguir a Jesús, tiene que renegar de sí mismo y cargar con su cruz (Mt 10,38; 16,24; Mc 8,34; 10,32; Lc 9,23; Jn 12,26; 13,36-37; 21,19). Es decir, el que quiera ser creyente de verdad, tiene que renunciar al deseo de acaparar, a la pasión por dominar y mandar, y a la pretensión por sobresalir y brillar. Pero no sólo eso. El que quiera ser creyente de verdad, tiene que aceptar el ser tenido por un delincuente al que hay que ejecutar (eso es "cargar con la cruz" ). Y la experiencia nos enseña que lo que casi toda familia fomenta es que sus miembros tengan mucho, que suban todo lo que puedan en la vida y que brillen lo más posible. Y no es que Jesús pretenda que los creyentes sean despreciados u odiados. Es que él sabe perfectamente que el modelo de sociedad en que vivimos está basado sobre los pilares del dinero, del poder y del prestigio. Y el que se enfrenta a esos pilares, como lo hizo Jesús, corre la misma suerte que él corrió. He ahí el secreto y la explicación del conflicto cristiano entre el Evangelio y la familia. Con frecuencia se ha pensado que la familia no está llamada a seguir de cerca a Jesús. Eso de la perfección cristiana era sólo para los que tenían "vocación". Para los casados había otro camino: el Evangelio era para ellos sólo algo remoto, que había que cumplir únicamente en los puntos imprescindible para salvarse. Pero el llamamiento de Jesús a seguirlo es para todos los que dicen tener fe en él. Y él no solamente llama a cada persona, sino a la familia y a la sociedad toda. Si una familia quiere ser cristiana ha de estar dispuesta a seguir a Jesús, viviendo con él, y así continuar en la tierra su actitud ante la vida, su fe en el Padre Dios, su fraternidad, sus esfuerzos por ir construyendo el Reinado del Padre. La familia cristiana trata a todos como hermanos en plano de igualdad; lucha contra el egoísmo y contra toda clase de avaricia; orienta su vida desde el amor. Su preocupación central no consiste ya en prosperar, sino en cómo construir comunidades de hermanos. Los seguidores de Jesús no pueden aceptar nada que suponga disminución, atropello o supresión de la dignidad de una persona; y están dispuesto a enfrentarse con los poderes que intenten reprimir, explotar o manipular esta dignidad. Este servir a Dios, haciendo propia la causa del hombre, fue la misión de Jesús. La gloria de Dios es la dignificación de la persona humana. El quiere a todos los hombres bajo un único señorío de Dios, como Padre, donde todos vivamos como hermanos y donde todos nos guiemos por la verdad, la justicia y el amor. Estos son los ideales de todo el que quiera seguir a Jesús, sea que se encuentre solo o acompañado, soltero o casado. Estos deben ser, pues, los ideales que debe vivir toda familia que de verdad quiera ser cristiana. Solamente situándonos en la perspectiva del Reino podremos comprender el profundo significado del matrimonio cristiano. Sin la perspectiva del Reino el amor de la pareja se convierte en un juego solitario sometido al azar de la pasión y de los sentimentalismos. El amor de la pareja fuera de su contexto humano y político es un amor reaccionario; es un amor encerrado en sí mismo y, por lo tanto, un no-amor. Los valores del Reino los encontramos sintetizados en las bienaventuranzas (Mt 5, 3-12). Conoceremos algo del Reino a través de los pobres, de los que sufren, de los que tienen hambre y sed de justicia, de los que prestan ayuda, de los limpios de corazón, de los que trabajan por la paz, de los que viven perseguidos por su fidelidad. El amor de la pareja tiene que insertarse ahí, en el contexto concreto de las bienaventuranzas. El matrimonio cristiano tiene que ser compromiso social, y no, como sucede con frecuencia, tumba en la que se entierra el compromiso. La pareja creyente tiene como meta el ser feliz haciendo felices a los demás. Casarse cristianamente supone un compromiso social en pareja. En una perspectiva bíblica el matrimonio y la familia se deben convertir en una comunidad de amor abierto y universal. En el Antiguo Testamento, el matrimonio es comparado con el amor de Dios hacia su pueblo. Y en el Nuevo, es imagen de la unión y amor de Cristo con la Iglesia-Humanidad. El amor de Dios es integrador, es fuerza que acoge en sí a todos los hombres y de esta forma crea fraternidad. El amor de Dios está abierto a todos como fuerza de bien, de bondad, de perdón, de fidelidad... El amor de Dios es Cristo mismo. Por eso, el matrimonio será imagen de Dios en la medida en que su amor no se quede en los dos, en la medida en que su amor sea integrador, fuerza abierta a crear la unidad de la humanidad. Y será también imagen de Dios en la medida en que su amor sea la fuerza de bien y de bondad que ayude a salvar a los hombres de sus egoísmos. Según lo dicho, el matrimonio no es una meta para lograr unidad y amor de los dos, sino un punto de partida para llegar a ser unidad que integre y acoja, y amor que salve. Esta es la meta. Planteado así el matrimonio, tendríamos que llegar a la conclusión de que, lejos de ser la tumba donde mueren y se entierran los grandes y nobles compromisos sociales, debe ser como el generador que crea y potencia todo compromiso social, pues él mismo es compromiso social. Es la misma fuerza de la unidad y amor de la pareja la engendradora de tales compromisos, porque el amor de por sí es abierto, dinámico, creador. El matrimonio cristiano no se reduce, pues, a casarse por la Iglesia. Es necesario casarse para la Iglesia y para el mundo. Lo que fue decisivo para Jesús, debe serlo también para la familia que creen en Jesús. Por ello cualquier proyecto de familia vivido desde la fe debe estar subordinado a la implantación del Reino de Dios, tal como lo hizo Jesús.
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ZAUDITH ALABA AL SEÑOR


LINEY CASTRO PEÑA-HERMANA DE ZAUDITH DA GRACIAS A DIOS.










LAURA Y LUIS GUILLERMO GALEZZO SOBRINOS DE ZAUDITH TAMBIEN LE DAN LA GLORIA A DIOS





ELIECER NUÑEZ-CILIA PEÑA, TIOS DE ZAUDITH ALABANDO AL DIOS ALTISIMO


PEDRO NELPEÑA DORMELINA CABRALES LINEY PEÑA CABRALES ALFONSO CASTRO PEÑA ADRIANA ALZATE















































UNIDOS EN UN MISMO SENTIR-CLAMANDO Y PROCLAMANDO

VECINOS-FAMILIA












SEGUNDA VIGILIA

FAMILIA BENDECIDA





PRIMERA VIGILIA

ZAUDITH CASTRO PEÑA
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- ROSIRIS PEÑA CABRALES, UNA MADRE AFLIGIDA, CONVOCA A FAMILIARES AMIGOS Y VECINOS DE SU HIJA ZAUDITH CASTRO PEÑA UNA JOVEN DE 26 AÑOS A QUIEN LE FUERA DIAGNOSTICADO UN CARCINOMA DUCTAL POBREMENTE DIFERENCIADO DE TIPO NO ESPECIAL CON UN GRAVE PRONOSTICO, A SERVICIOS DE VIGILIAS Y ORACIONES INICIALMENTE EN SU RESIDENCIA, POSTERIORMENTE EN VARIAS RESIDENCIAS DE FAMILIARES Y VECINOS, SINTIENDO UN TREMENDO GOZO AL VER LAS MANIFESTACIONES DE SOLIDARIDAD, AMISTAD Y APRECIO GLORIFICANDOSE ASI EL NOMBRE DEL SEÑOR. GRACIAS DIOS. BENDICELOS A TODOS!



ZAUDITH CASTRO EN SU PRIMERA OPERACION

ROSIRIS PEÑA CABRALES-MADRE DE ZAUDITH





HERMANA BLANCA TORRES

Madre espiritual de Zaudith Castro Peña-Una gran guerrera
FAMILIA UNIDA

Clamor unificado
ZAUDITH

Alabando al Señor-Confiando solo en El






ABUELITOS, CUÑADOS, TIOS, PRIMOS-VECINOS

Todos unidos en un mismo sentir
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